viernes, 14 de agosto de 2009

No es tan malo

En el momento en que toco el timbre de tu casa aun tengo dudas sobre lo que estoy haciendo; como siempre, me recibes con una sonrisa que me incita a pensar muchas cosas, tu mirada me recorre como tantas veces antes.

Tus labios me gritan con locura que te bese y los míos me piden que cumpla tu insistente solicitud.

El beso que nos damos como saludo es lento, suave, sublime, tanto que nos permite oler el perfume de nuestros cuerpos cuando estamos juntos.

Después de un pequeño silencio, llega la pregunta obligada -¿cómo estás, que se te ofrece?-, en ese instante hago lo que estuve pensando todo el día: te beso, de forma tan apasionada que casi me quedo sin aliento; tú tienes la misma reacción que yo, pero sólo hay que agregar la sorpresa a tu rostro; después de recuperar el aliento perdido hace un momento, me miras y la lascivia que hay en tus ojos me remiten a la idea de que mi actitud fue la correcta, de que el asombro te va bien y de que mis pensamientos son acertados. Me besas con la misma pasión que yo lo hice, nos entregamos por completo a las sensaciones y dejamos que el tiempo pase mientras nuestras bocas se unen una y otra vez.

Terminado este momento de pasión inesperada para ambos, nuestras miradas se encuentran una vez más como tratando de adivinar lo que piensa el otro, sé lo que piensas: que subamos inmediatamente a tu habitación

Como siempre lo haces me preguntas qué es lo que deseo hacer, y siguiéndote el juego que se repite siempre te contesto -¿qué te parece si vamos a tu cuarto a platicar?-, a sabiendas de lo que pasará después, me respondes como tantas otras veces –claro, si quieres-.

En los breves instantes que pasan mientras nos dirigimos a tu habitación, el silencio reina en nosotros, pero él deja que nuestras mentes imaginen, cada una a su modo, como será el encuentro que está a punto de suceder. Con la caballerosidad característica, abres la puerta y me dejas entrar para cerrar la puerta con seguro después de ti; me subo en tu cama y me siento como siempre, con la mano izquierda te hago la seña para que te acomodes a mi lado, en el instante respondes a mi petición sin dejar de verme a los ojos; -y bien, ¿de qué platicamos?- te pregunté, -de lo que quieras- respondiste, -ok, ¿cómo te fue hoy?- fue la pregunta que inició una charla sin importancia que terminó cuando, al parecer por accidente, colocaste tu mano en mi pierna y comenzaste a subir lentamente; al ver la excitación que te causaba, te besé como antes, el beso duró lo suficiente para permitir que mi mano llegara a tu entrepierna.

Con la respiración de ambos agitada como nunca, nos desprendimos de la ropa prenda por prenda, lentamente para dejar que creciera la excitación; al verte desnudo simplemente vi tu miembro erecto y tú captaste de inmediato la insinuación que de mis ojos brotaba; mientras tomaba tu órgano tu introducías tus dedos en mi; ambos nos entregamos a la excitación y al calor que cada vez subía más en la habitación.

Recorrí tu pecho con mis manos hasta quedar hincada delante de ti para depositar tu virilidad en mi boca, tal y como te gusta que lo haga, escuchar el placer que te producía me incitaba a hacerlo con más fuerza para llevarte al máximo; me tomaste de las manos para llevarme a la cama y después de ponerte encima de mí, me penetraste con tanta fuerza y violencia que solo pude gritar por placer sentido.

Las embestidas que me propinabas una y otra vez me producían un placer cada segundo más grande, mis ojos permanecían cerrados por la fuerza que sentía en mí; el silencio fue buen mensajero de la sensación que me recorría, uno que otro gemido emanaba de mí, éstos te excitaban aun más.

La forma en que repetías mi nombre, con esa voz casi inaudible y seductora, me envolvió en el placer, me sentí cada vez más fuera de mí y sólo gritaba una y otra vez hasta no poder más, hasta sentir que el fuego dentro de mi cuerpo estaba a punto de salir.

Algunos minutos de acción ininterrumpida fueron la comprobación de la compatibilidad con la que contamos en la cama, recorrí tu cuerpo con mis manos, mientras las tuyas se aferraban a mis senos; el movimiento rítmico con el que nos conducíamos incrementaba su intensidad, hasta que con un grito de ambos el éxtasis se hizo presente, y el orgasmo característico nos envolvió a los dos.

Tan cansados que apenas podíamos movernos, así fue como terminamos después de los exhaustivos momentos que acabábamos de vivir; para recuperar fuerzas, dormimos abrasados unos minutos, después de los cuales te dije –es hora de irme, la próxima es en mi casa-, a lo que simplemente respondiste –como prefieras, hasta la próxima-.

Tomé mis cosas y me vestí rápidamente, cerré la puerta de tu cuarto y me dirigí a mi casa; con los recuerdos y tu aroma aun reciente, caminé tratando de imaginar el siguiente encuentro, mientras pensaba profundamente, me tomaste del brazo y dijiste a mi oído -¿porqué no vamos a tu casa ahora, o tienes algo mejor que hacer?-, como respuesta te di mi mano y continuamos el camino, después de todo, el fingir que a veces somos una pareja no es tan malo como pensé.

1 comentario:

suspiros dijo...

me hizo ruido la frase con la que terminas tu relato: ...el fingir que a veces somos una pareja no es tan malo como pensé.

antes de llegar al final me había preguntado qué tenía que ver el título con lo que estaba leyendo...no me gustó el final.